Durante muchos años fui “la nueva”
Aún se me encoge el estómago cuando escucho esas dos palabras. Es algo que muy pocos conocen de mí, pero hoy quiero contártelo.
Porque ser “la nueva” fue una de mis sombras más grandes y también uno de los motores que me trajo hasta aquí.
Todo empezó con una mudanza
Nací en Murcia, y los primeros años de mi vida los viví rodeada de mi familia y de mis amigos del cole. Por los vídeos familiares que conservo, sé que fui una niña muy feliz.
Pero al cumplir cinco años, mis padres —soñadores, valientes, apasionados por la vida— decidieron que nos mudaríamos a Altea. Buscaban nuevas oportunidades.
Lo que para ellos fue un desafío, para mí supuso el mayor punto de inflexión de mi vida.
Con solo cinco años, me sentí arrancada de mis raíces. De pronto, estaba en otro lugar, con personas que no conocía, en un colegio donde todo era distinto. No entendía el idioma. No entendía por qué estábamos allí. Esa mudanza hizo que mi sentido de pertenencia se partiera en mil pedazos.
Y ese fue un sentimiento que me acompañó durante mucho tiempo.
Durante todo el tiempo que viví allí me sentí desubicada, no sabía a dónde pertenecía, sentía que no formaba parte de ningún lugar. Y, además, algo que tampoco ayudó es que solía echar mucho de menos a mis padres porque los dos se dedican a la hostelería. (Aunque cuando estábamos juntos siempre conseguían que la vida pareciese una fiesta).
La creencia de “No pertenezco a nada” me hizo convertirme en una camaleona
Me adapté. Me hice invisible. Aprendí a agradar. A encajar como fuera.
Necesitaba pertenecer a un grupo, formar parte y para eso, ocultaba mi autenticidad por miedo a ser rechazada. Silencié mi voz y me convertí en una auténtica camaleona. Nunca daba problemas, siempre era la buena, la responsable, la lista. El miedo al rechazo y a la soledad me hizo moverme siempre dentro de los márgenes del buenísmo y de lo correcto. Si alguna vez te has movido dentro de esos márgenes sabes lo limitante y agotador que es intentar hacerlo todo bien, todo el tiempo.
Cuando cumplí 10 años volvimos a Murcia. Yo creía que eso sería la felicidad máxima. Pero no fue así. No pude regresar a mi colegio de siempre y acabé, otra vez, siendo “la nueva”.
Y esta vez dolió más. Porque me sentía una extraña en un lugar que se suponía debía ser hogar.
Años de lucha con mi historia
Durante mucho tiempo rechacé esa etapa de mi historia. Siempre me he preguntado cómo sería mi vida si nunca me hubiese ido. Y lo cierto es que nunca lo sabré, pero seguramente si no me hubiese mudado a Altea tú hoy no estarías viendo mi nombre en una web de Psicología.
Y simplemente por esto, por haberme convertido en lo que soy y por haber dirigido mi camino hasta aquí, me doy cuenta de que vivir esa experiencia fue un regalo.
Durante años odié la palabra mudanza. Y un día, de camino al trabajo, pasó algo curioso.
Pensé en esa palabra. La miré desde otro lugar. Y entonces lo vi:
“mudanza” contiene dentro la palabra “danza”.
Mi mente explotó.
Haberme mudado a una edad tan temprana me hizo desarrollar un superpoder.
El superpoder de aprender a bailar con la vida.
Ese día entendí que lo que antes veía como una herida, era en realidad una fortaleza. Que mi capacidad de adaptarme no era sumisión, sino sabiduría. Que ya no me mimetizaba para encajar, sino que elegía desde dónde y cómo me quería posicionar en cada momento.
Mi sombra se convirtió en un superpoder.
Y con ella, encontré mi gran propósito.
Mi historia —marcada por ese sentimiento de no pertenecer— me llevó a buscarme. A preguntarme quién soy, qué necesito, qué quiero.
Y a transformar ese proceso en una forma de vida: el autoconocimiento, la autoestima y la autenticidad como camino.
Conocerme, explorar mi autenticidad, hacer caso a mis tripas y ayudar a otros a conseguirlo es mi motor vital.
Mi Ikigai.
Mudarme a otra ciudad fue el primer gran punto de inflexión de mi vida, un punto de inflexión que he decorado de tal forma que ha pasado de ser una herida a convertirse en la razón de por qué hago lo que hago.
Authentique nació de mis sombras.
Si te das cuenta, una sombra no es más que un lugar al que no llega la luz.
Para que una sombra se cree, debe haber algo que impida el paso de la luz y muchas veces, ese algo que tapa la luz somos nosotras mismas.
Rechazando partes de nuestra historia. Fingiendo que no pasó. Ocultando cicatrices que podrían ser puntos de partida.
De la sombra a la luz
Cuando intentamos esconder debajo de la alfombra una parte importante de nuestra historia, estamos creando sin darnos cuenta muchas de nuestras sombras.
Estamos impidiendo que la luz nos atraviese y eso es lo que muchas veces nos impide mostrarnos más auténticas. Rechazarnos, nos impide perseguir nuestros sueños y vivir la vida que realmente queremos vivir. Nos impide ser lo que realmente somos y mostrarlo al mundo sin miedo.